Manuel Calderón, biógrafo de Salvador Puig Antich, durante una entrevista con EFE en Madrid. EFE/ Fernando Alvarado

«Sobre Puig Antich se creó una hipermemoria atrofiada», dice su último biógrafo

Alfredo Valenzuela I Sevilla, (EFE).- En la historia de Salvador Puig Antich, último ajusticiado a garrote vil en el franquismo en marzo de 1974, «hay dos perdedores», él y el policía sevillano al que mató pero, mientras que éste fue olvidado por completo, sobre Puig Antich se ha creado «una hipermemoria atrofiada», ha dicho a EFE su último biógrafo, Manuel Calderón.

En septiembre de 1973, «los destinos de Puig Antich (24 años) y del subinspector Francisco Anguas Barragán (25 años) se cruzaron, pero sólo se ha cultivado la memoria del primero, como si el policía se mereciese la muerte o fuera un mero accidente de trabajo», ha dicho Calderón, ganador del último Premio Comillas con «Hasta el último aliento» (Tusquets), que lleva un significativo subtítulo: «Puig Antich, un policía olvidado y una guerrilla contracultural en Barcelona».

«Pronto me di cuenta que entorno a Puig Antich se había construido una hipermemoria, exagerada, atrófiada, fomentada por los que querían hacer de él un arma para solventar conflictos políticos actuales; por el contrario, de Francisco Anguas había un enorme vacío».

Ese vacío, según el autor, también «se extendió sobre un contable al que dejaron ciego, Melquiades Flores, en un atraco. Cuando localicé a su mujer se extrañó mucho de que cincuenta años después alguien le preguntase sobre sus vidas. Digamos que son los desperdicios de la Historia, cuyo colofón es la madre de Francisco Anguas que acabó suicidándose años después de la muerte de su hijo».

Motivos para morir, motivos para vivir

«Creo que Puig Antich tenía motivos, ideas y una ideología por las que morir y Francisco Anguas tenía motivos para vivir. Eran dos jóvenes de la misma generación y culturalmente no tal alejados. Al primero le interesaba el psicoanálisis y al segundo el cine, Truffaut y la ‘nouvelle vage’, la filosofía… Puig Antich quería dejar esa vida de revolucionario profesional, siempre armado y huyendo, y Anguas, la Policía. Pero, como en una película, se cruzaron sus vidas», ha explicado Calderón.

biógrafo Puig Antich
Manuel Calderón, biógrafo de Salvador Puig Antich, durante una entrevista con EFE en Madrid. EFE/ Fernando Alvarado

El autor ha afirmado que no ha pretendido desmitificar a Puig Antich sino acercarse a aquel joven y buscar las razones que le llevaron a empuñar las armas y militar en un grupo que actuaba sin rumbo.

«La mitificación viene muchos años después de estar muerto, y posiblemente como un producto más de la política de la memoria histórica. No me interesa el revisionismo histórico. Puig Antich sólo sería un héroe si hubiese ido en contra de su propio destino, el que le condujo a matar a un policía de su misma edad».

Calderón recuerda en su libro que el que fue decano de la prensa sevillana, ‘El Correo de Andalucía’, fue el único periódico que pidió en un editorial el indulto para Puig Antich y que «las fuerzas vivas y la oposición antifranquista de Barcelona, su ciudad, a pesar de los esfuerzos finales el día antes de la ejecución, no demostraron su reconocida capacidad de movilización».

«El Correo de Andalucía»

También ha recordado que la madre de Anguas, Dolores Barragán, le dijo al director de ‘El Correo de Andalucía’, el cura José María Javierre, que quería el indulto para Puig Antich, «que no quería más muertes; y nunca recibió una llamada de las hermanas de Puig Antich».

biógrafo Puig Antich
Manuel Calderón, biógrafo de Salvador Puig Antich, durante una entrevista con EFE en Madrid. EFE/ Fernando Alvarado

Aquella mujer, esposa de un guardia civil, madre de cuatro hijos y vecina del trianero barrio obrero de El Tardón, «finalmente, el 2 de enero de 1988 se arrojó desde el octavo piso del edificio donde vivía; no soportó la muerte de su hijo».

Sobre si la ejecución de Puig Antich causó un antes y un después en el debate sobre la pena de muerte, Calderón ha respondido: «No creo; en todo caso fue la última vez que se ejecutó a alguien con garrote vil, un método arcaico y cruel. Las últimas penas de muerte fueron el 25 de septiembre de 1975, por fusilamiento; la pena máxima se abolió con la Constitución de 1978; a partir de ahí quien la aplicó metódicamente fue ETA».

Calderón ha concluido con una cita de Ortega y Gasset, quien ya advirtió de que la obsesión por el pasado demostraba la falta de un proyecto de futuro: «Tal vez nos esté pasando eso, que hay que vencer en las guerras pasadas antes que afrontar lo que como país tenemos por delante. Y, sobre todo, victimizar la razón política y olvidar a todos aquellos que sufrieron la violencia, viniese de donde viniese». EFE