Álvaro Vega | Córdoba (EFE).- Una exposición reúne en Córdoba por primera vez la colección privada que atesoró el galerista Leandro Navarro con más de una veintena de pinturas y dibujos de Pedro Bueno que dan una visión global de la obra del pintor cordobés.
Así lo entiende Miguel Clementson, catedrático de Historia del Arte y director de la Escuela de Arte y Superior de Diseño Mateo Inurria de Córdoba, en cuyo centro se muestra la colección Navarro-Valero. Esta se conserva en las dos residencias de su promotor, en Madrid y El Escorial. Y que ahora se han reunido para exponerla primero en Córdoba y en enero en Villa del Río, la localidad natal de Pedro Bueno.
Según ha dicho Clementson a EFE, se trata de una «una exposición muy representativa de las distintas temáticas que Pedro desarrolló a lo largo de su vida. Esto es el bodegón, la figuración humana, las maternidades, que son también muy propias, y, luego, las temáticas florales».
En la colección Navarro-Valero que la propia familia del galerista ha visto por primera vez reunida en una única sala se incluyen tres obras que Pedro Bueno (Villa del Río -Córdoba-, 1910-Madrid, 1993) hizo por encargo de Leandro Navarro. Este fue durante años marchante del pintor, los retratos de su esposa y de sus dos hijas.

Uno de los grandes retratistas del siglo XX
Clementson considera que «Pedro fue ante todo un gran retratista, el regenerador del retrato de la posguerra». Siguiendo un texto de Francisco Umbral de 1972, que se recoge en el catálogo de la exposición, ha afirmado que el que quisiera «un retrato sobrio, elegante, representativo, de una burguesía media, no presuntuosa, intelectual, debía hacerse retratar por Pedro Bueno».
El responsable de Escuela de Arte y Superior de Diseño Mateo Inurria, que realizó su tesis doctoral sobre Pedro Bueno, ha reflexionado que «al fin y al cabo un retrato no es una mera representación del efigiado. También el pintor se autorretrata a la hora de atender el desarrollo de un retrato porque proyecta muchas de las vivencias suyas. Y lo que él ve en el retratado lo proyecta también a través de su propia estética».
A su juicio, «Pedro Bueno ha sido un autor que ha tenido una presencia destacada en esa generación de la posguerra. Fue, sobre todo en los años 50, que fue cuando obtuvo las máximas distinciones».
El pintor de Villa del Río, que se instaló en Madrid tras la Guerra Civil, obtuvo en ediciones distintas las tres categorías de las medallas de la Exposición Nacional de Bellas Artes. La de tercera clase en 1943, la de segunda en 1952 y, «por fin la, primera medalla por un retrato de la mujer del pintor Álvaro Delgado» en 1954.
Primera exposición en catorce años
Tras la última exposición de su obra, que tuvo lugar en Córdoba en 2010, ahora se puede recordar «su estética» que Leandro Navarro recopiló a lo largo de los años «de una manera ejemplar». Así «tuvo ocasión de seleccionar lo que bajo su punto de vista veía más solvente, más interesante».
Navarro, antes de montar su galería en la calle Amor de Dios, en Madrid, trabajó en la galería Biosca. Allí fue gerente, y en la que Bueno expuso por primera de manera individual en 1944.
Biosca «aglutinó en esa galería lo que supuso la recuperación de la vanguardia después de la Guerra Civil».
En torno a la galería Biosca, explica Miguel Clementson, Eugenio D’ors auspició la Academia Breve de Crítica de Arte. En esta «una serie de académicos tutelaban a los artistas más representativos de cada temporada». Allí se creó el ‘Salón de los once’. Esto era porque «cada uno de estos personajes elegía, a su juicio, al artista que más se hubiera distinguido en la temporada».
Una de las referencias del ‘Salón de los once’
Pedro Bueno fue uno de los que inauguró el primer ‘Salón de los once’, ha recordado, donde participó en cinco de sus ediciones.
El pintor cordobés «jugó un importante papel dentro de ese elenco de autores», como Tapies o Rafael Zabaleta, en un lugar donde se adscribieron a la vanguardia y que «en esa época tenían un perfil de estética surrealista, no se habían decantado hacia el informalismo en un sentido pleno, como luego harían y significaría el devenir de su obra, sobre todo para para Tapies o para Guinovart».
El autor iba los domingos al Museo del Prado, «era como acudir a misa». De ahí que funda «esa influencia de los grandes maestros del Prado con las nuevas tendencias que se van posicionando en las primeras décadas del siglo XX. Estas son la coloración, la paleta, la colocación del color a base de pinceladas entrecortadas, la capacidad sugestiva del color».
«Pedro Bueno no eran muy dado a exponer su obra al público porque él tenía su clientela en Madrid», ha recordado Clementson. De hecho, en el catálogo editado con motivo de las exposiciones de Córdoba y Villa del Río solo se datan doce hasta el año de su muerte, en 1993, en un intervalo de 42 años.
Bueno «alcanzó, en virtud de las distinciones en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, una fama relevante en Madrid. Ello provocó que la gente fuera a su estudio a que le retratara directamente. Entonces él no tenía necesidad de exponer». EFE