Santander (EFE).- El 2 de noviembre de 1999 está marcado en la historia de toda Cantabria y del Hospital Marqués de Valdecilla por el derrumbe de la fachada noroeste de uno de sus edificios, que provocó la muerte de cuatro trabajadores y un antes y un después en este centro hospitalario de referencia, que inició un ciclo de 15 años de obras hasta que llegó a ser lo que es.
Este año se cumple el 25 aniversario de esta tragedia en la que murieron Isabel Ortega, Julia Hazas, Karim Khan Alí Alkaon y Manuel Menezo.
EFE ha hablado con algunos de los que vivieron ese accidente, que tuvo lugar en un día con mal tiempo, con fuerte lluvia y viento y en el que los cascotes hundieron en su caída cuatro plantas y un sótano.
«A las 9:23 (horas) dejé en la Secretaría a Julia Hazas y a Isabel Ortega. Entré en mi despacho con una persona que tenía citada y oímos un estruendo impresionante. Se abrieron todas las ventanas», recuerda la doctora Eloísa Canga, entonces directora médica de Valdecilla y hoy responsable de isión.
Se oían gritos aunque «allí ya no había nada» y tuvieron que salir del despacho por una terraza porque toda la pared se había desplomado.
Ya había «muchísimas sirenas y ambulancias» y llegaron los bomberos. «Sabía que Julia (Hazas, subdirectora del hospital) e Isabel (Ortega, su secretaria) estaban en donde no había ya nada», lamenta.
Gabinete de crisis
«Yo era la directora del hospital y recuerdo unas enfermeras que me quitaron la bata, toda empapada, me pusieron otra, y a partir de ahí se montó todo el gabinete de crisis, llegaron las autoridades y empezamos a planificar», destaca.
Hubo que desalojar todo el edificio donde, aparte de la hospitalización, con 400 camas, había cinco quirófanos y consultas.
El derrumbe arrastró la zona de comunicación que unía dos partes del hospital, donde había habitaciones de médicos de guardia y muchos despachos.
En esta situación, los facultativos empezaron a dar altas precoces a los pacientes que no eran urgentes ni críticos, para que pudieran abandonar el centro derruido.

Se llamó a todos los hospitales cercanos, Santa Clotilde, Sierrallana y clínicas privadas, para derivar a pacientes que tenían que seguir hospitalizados, y así fue como se salvaron las primeras horas.
«Era evidente que había muertos. Recuerdo perfectamente decirme unos bomberos que tenía que identificar unos cuerpos y pasaba el jefe de cuidados intensivos y le pedí encarecidamente que fuera él, porque sabía que eran mi secretaria y la subdirectora, y no me sentía con fuerzas», cuenta Canga.
Los pacientes, en colchones
Rosana García, cirujana general, salía ese día de guardia cuando oyó el «estruendo tremendo» y, tras el desconcierto inicial, se dio cuenta de lo que había pasado.
«Recuerdo perfectamente, estábamos todos fuera aquí», señala a la entrada del edificio 2 de noviembre, construido después y que se denominó así en recuerdo a las víctimas.
Se habilitó una zona donde esperaban los pacientes para ser trasladados en ambulancia, «muchos en colchones en el suelo».
García cuenta que a algún compañero cirujano le pilló operando y recuerda uno que acababa de comenzar y notó que caía polvo del techo del quirófano.
En cuanto ocurrió eso, se dio cuenta de que tenían que salir de inmediato, pidió puntos de seda, «dio tres impresionantes» y se sacó a la paciente rápidamente.
También estaba operando el traumatólogo Fernando del Canto, entonces residente de último año. Cuenta que, tras oír «un estruendo de 15 ´ó 20 segundos», alguien en quirófano comentó que seguro que se había caído algún falso techo cerca, porque había ocurrido no hacía mucho en el hospital.
Sin embargo, al rato llegó una persona de seguridad y les instó a acabar cuanto antes, porque se había caído toda una fachada y había riesgo.
En cuanto salieron, Del Canto fue a la zona de Urgencias para «echar una mano». También destaca que en horas se valoró para mandar a casa o bien a otros centros a 500 ó 600 pacientes que estaban ingresados, y que, al no funcionar los ascensores, tuvieron que sacar a la gente a pulso por la escalera de incendios.
Hubo también un hospitalizado al que no localizaban por ningún lado. «Al final alguien tuvo el valor de llamar a su casa y se puso el propio señor, que explicó que en cuanto vio lo que pasaba cogió un taxi y se marchó», apunta Canga.
Una obra de 15 años
La entonces directora médica recuerda que se reaccionó «muy rápido» y que, aunque en esos primeros momentos tras el derrumbe «se dijo que estaban todos los medios a disposición y que se iban a hacer las obras que fueran necesarias» en tiempo récord, a la postre lo que «iba a hacerse en dos años, fueron 15», hasta que concluyó la remodelación del hospital.
Canga y el que era entonces consejero de Sanidad, Jaime del Barrio, explican a EFE que en los meses anteriores ya se estaba diseñando un plan estratégico que conllevaba una remodelación estructural. El derrumbe provocó el acelerón forzado a lo que se venía trabajando.
«Fue un revulsivo y una refundación del hospital, que ya no se parece al que conocí entonces», dice Canga.
Del Barrio, que además de consejero era médico de Urgencias con plaza en Valdecilla, llegó al lugar «cuando todavía estaba en el aire el polvo», porque pasaba por allí en coche. «Todo el mundo arrimó el hombro sin preguntarse quién era quién», apostilla.
El accidente sirvió para «evitar que ocurriese lo mismo en otros hospitales construidos igual». «Se revisaron las soluciones arquitectónicas de todos los hospitales de la época (años 70)», en que predominaron los «edificios verticales».
En Valdecilla, «el fallo vino por la sobrecarga de agua de esos días» y porque «no era la mejor solución para el norte», reconoce el ex consejero, que cree que, tras 25 años, quizás toca «un nuevo plan estratégico» en el hospital.