Rodrigo Zuleta |
Berlín (EuroEFE).- La historia del recuerdo de la II Guerra Mundial en Alemania ha estado marcada por una pugna entre quienes han querido pasar página a todo lo que tiene que ver con los crímenes nazis y contemplarlo como un episodio más en la historia del país, y aquellos que asumen las consecuencias del nacionalsocialismo como una responsabilidad irrenunciable para el pueblo alemán.
Ese pulso ha impregnado la historia de las últimas décadas en Alemania y sigue vivo en vísperas del 80 aniversario de la victoria sobre el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, que se conmemora el próximo día 9.
Cuando en 1949 se fundaron los dos Estados alemanes, la prooccidental República Federal Alemana (RFA) y la comunista República Democrática Alemana (RDA), había quedado atrás la llamada fase de desnazificación que habían impulsado los aliados, con los procesos de Núremberg en los que fueron condenados a muerte varios criminales de guerra nazis.
Sin embargo, con el comienzo de la Guerra Fría la confrontación con el pasado nazi quedó relegada a un segundo plano tanto para los aliados como para el primer Gobierno alemán de la postguerra, presidido por el cristianodemócrata Konrad Adenauer.

El propio Adenauer, en su primera declaración de Gobierno, dijo que quería que “el pasado fuera pasado en la medida en que eso sea posible”. Y en un encuentro con periodistas en 1952, justificó la presencia en su gobierno de personas que habían tenido vínculos con el nazismo, con el argumento de que no se puede tirar el agua sucia cuando no se tiene agua limpia.
Paralelamente, Adenauer trabajó exitosamente por el regreso de Alemania a la comunidad internacional, impulsó la reconciliación con Francia e impulsó el acuerdo para pagar reparaciones a Israel por valor de 3.000 millones de marcos (unos 1.500 millones de euros, al cambio actual).
Sin embargo, la tendencia de esa época fue ante todo la de ver el nacionalsocialismo y la guerra como algo fraguado por un pequeño grupo del que los alemanes habían sido las primeras víctimas, pese a que al comienzo había habido debates sobre una culpa o responsabilidad colectiva.
La conciencia del Holocausto

Los años sesenta y setenta trajeron un giro en la confrontación con el nazismo y sus consecuencias.
Primero, el juicio, condena a muerte y ejecución en la horca en Jerusalén al jerarca nazi Adolf Eichmann y su repercusión mediática devolvió al orden del día el debate sobre los crímenes alemanes.
Eichmann fue uno de los ideólogos de la conocida como «solución final», y encargado del funcionamiento de la logística del Holocausto, quien antes de ser juzgado fue capturado en Buenos Aires y trasladado a Israel por un comando del Mosad.
A partir de 1963 se realizaron una serie de procesos, impulsados por el fiscal general de Fráncfort Fritz Bauer y, en medio de muchas resistencias, contra de las SS y mandos medios de Auschwitz que habían participado en crímenes en ese campo de exterminio.
Así, el debate sobre la culpa se normalizó. A ello contribuyó también decisivamente la emisión de la serie estadounidense ‘Holocausto – La historia de la familia Weiss’ en la televisión pública alemana en 1979.
Antes, en 1970, el canciller de la época, Willy Brandt, se había arrodillado en un gesto que se volvió icónico ante el monumento a las víctimas del gueto de Varsovia.
Un momento igualmente significativo fue un discurso en 1985 del entonces presidente alemán, Richard von Weizsäcker, en el que dijo que el 8 de mayo no debía ser visto por los alemanes como el día de la derrota, sino como el día de la liberación.
Dos monumentos en Berlín

Mucho después, la inauguración del monumento a las víctimas del Holocausto en 1993, en pleno centro de Berlín, había estado precedido de una polémica entre los partidarios del mismo y aquellos que se oponían.
El entonces canciller alemán, el cristianodemócrata Helmut Kohl, quiso resolver el disenso proponiendo la construcción de un monumento a las víctimas de todas las guerras y todas las dictaduras.
Este monumento, una escultura de Käthe Kollwitz que muestra a una madre con su hijo muerto en los brazos, también se construyó a la postre, pero es claramente menos visible que el monumento a las víctimas del Holocausto.
Este último ha sido objeto de críticas por parte de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Uno de sus líderes más radicales, Björn Höcke, lo ha calificado de «monumento de la vergüenza» y ha pedido además «un giro de 180 grados en la política del recuerdo».
El discurso mayoritario, sin embargo, sigue apuntando a la herencia de la guerra y del Holocausto como responsabilidad y se ha recordado en estos días que el primer artículo de la Constitución alemana -que define la dignidad humana como algo inviolable- es una expresión de la conciencia de ese legado.