José Carlos Rodríguez I
Santiago de Compostela (EFE).- Cerca de 2.000 aldeas en el rural gallego ya no tienen quién las habite. Desaparece con ellas un modo de vida que ha perdurado durante siglos y generaciones. Pero cuando algo está a punto de morir, de desaparecer, siempre queda un último aliento, una llama de esperanza que invita a la vida.
Esta es la tesis sobre la que gira la exposición «Habitar o baleiro«, una selección de alrededor de 40 imágenes realizadas por el fotógrafo ourensano Brais Lorenzo con las que documenta «las luces y las sombras» del fenómeno de la despoblación en entornos rurales en Galicia y que podrá verse en el Museo do Pobo Galego, en Santiago de Compostela, hasta el próximo 1 de septiembre.
Las fotografías, que sintetizan una década de trabajo por parte de Lorenzo, fueron tomadas principalmente en las provincias de Lugo y Ourense, concretamente en municipios como San Xoán de Río, Chandrexa de Queixa, Negueira de Muñiz o A Fonsagrada, además de otras localizaciones de las montañas de Os Ancares y O Courel.
La muestra, coordinada por Tono Arias y producida por el Museo do Pobo Galego, la Diputación de Ourense y el ayuntamiento de San Xoán de Río, se configura a partir de una narrativa complementada por audios, vídeos y textos de los periodistas Cláudia Morán, Sergio Pascual y Lucía Abarrategui y los profesionales del audiovisual Miguel Riaño, Thomas Harris y Juan Carlos García.

Un proyecto «de largo recorrido»
Según cuenta Lorenzo a Efe, agencia de la que es colaborador gráfico, la exposición «es la primera pata» de un proyecto periodístico colectivo homónimo que tiene «vocación de largo recorrido» y con el que se pretende documentar, a través de un repositorio, diferentes piezas periodísticas y una pieza audiovisual, el aislamiento o el abandono de muchas zonas que en los últimos años han ido perdiendo densidad de población y cuyo último retazo de vida atestiguan las pocas personas que aún continúan ejerciendo un modo de vida que está destinado a desaparecer.
«Esta manera de vivir, de relacionarse con el medio y de trabajar la tierra se lleva realizando durante muchas generaciones y se va a terminar de aquí a 10 o 20 años, cuando la gente mayor se muera. Con ellas se irá esta manera de habitar este territorio», explica Lorenzo.
Debido a la dificultosa orografía y a la falta de oportunidades, muchas aldeas en Galicia han quedado aisladas y abandonadas. En ellas, la vida diaria es complicada, ya que las comunicaciones son malas y muchas de las personas que aún viven allí no pueden acceder a servicios básicos, explica Lorenzo.
Municipios incomunicados
Un ejemplo es Chandrexa de Queixa, en Ourense. Sus gélidas temperaturas en invierno y su baja densidad de población -2,8 habitantes por kilómetro cuadrado- hacen que muchos denominen a este municipio, junto con Vilariño de Conso y A Veiga, como la «Siberia galega».
En muchos de estos municipios la asistencia sanitaria se complica. Casos como el del enfermero Pedro Fernández, que aparece en algunas de las imágenes, ejemplifican el incansable trabajo de profesionales que recorren hasta 300 kilómetros diarios para visitar a todos los pacientes en las diferentes aldeas dispersas, en su caso, en la zona de Folgoso do Courel (Lugo).
Otras imágenes aluden a problemáticas medioambientales que afectan muy especialmente a las zonas de la Galicia rural, como los incendios forestales o las sequías; así como la convivencia entre el sector primario y los parques eólicos, que están impactando gravemente en el territorio en muchas aldeas gallegas.
Además, la exposición se detiene también en las tradiciones, ritos o creencias propias de la cultura popular gallega, tales como el Entroido o la Romería dos Cadaleitos en Santa Marta de Ribarteme, en As Neves (Pontevedra).
Muchas de estas celebraciones han tenido un nuevo despertar y atraen a centenares de personas, revitalizando en muchos casos la economía de algunos municipios.

Un rural con «esperanza»
Y es que, según Lorenzo, en este proyecto también se vislumbra «esperanza». En su recorrido por diferentes municipios el fotógrafo -ganador, entre otros, de premios como el Ortega y Gasset de periodismo, el News Photo Award o el Sony World Photography Awards- ha podido comprobar como existen pequeños retazos de luz, personas que han decidido dar una nueva vida a entornos en los que parecía que ya no existían posibilidades.
En esa España «vacía», o más bien vaciada, habitan los que «escogieron» morir en el lugar que nacieron, pero también quienes buscan huir del ruido y del caos de las grandes ciudades o los que prefieren relacionarse con el entorno de un modo más natural, tal y como relatan algunas de las fotografías de Lorenzo.
Una pareja, atraída por el festival Agrocuir, en Palas de Rei (Lugo), decidió mudarse a la zona y desarrollar su profesión como médicas en un lugar en el que ahora forman parte de la comunidad.
En San Xoán del Río (Ourense), una sa y un chileno eligieron la aldea de Castiñeiro para criar a su hijo y desarrollar un proyecto de vida más sostenible.
Por otro lado, el progresivo repoblamiento en Negueira de Muñiz (Lugo) en los últimos años con la llegada de varias familias impulsó la reapertura de un colegio de infantil y primaria que llevaba años cerrado y que ahora cuenta con 12 alumnos y alumnas.
Punkis reconvertidos en esquiladores en Cualedro (Ourense), un proyecto de preservación de pallozas en Piornedo, en Cervantes (Lugo), o el resurgimiento del mercado de ganado de San Román, en el mismo municipio, son ejemplos vivos de que en el rural también tiene futuro y de que la Galicia «vacía» puede todavía ser habitada. EFE