Logroño (EFE).- El funcionario de Instituciones Penitenciarias José Antonio Ortega Lara, secuestrado por ETA el 17 de enero de 1996, ha asegurado este martes a EFE en Logroño: «perdono, pero no olvido», en referencia a los 532 días que pasó en un zulo de Mondragón (Guipúzcoa) hasta su liberación el 1 de julio de 1997 por la Guardia Civil.
Así lo ha indicado el burgalés Ortega Lara antes de pronunciar una conferencia sobre ‘Memoria y futuro. Una reflexión sobre nosotros mismos’, organizada por la Asociación La Bitácora XXI, en la que, entre otros aspectos, se ha referido a lo que vivió en aquella etapa, en la que trabajaba en el centro penitenciario de Logroño.

Perdonar, cuestión de práctica
Ha recalcado que «se puede perdonar y se debe perdonar, no por ser un cristiano ejemplar», sino porque para él fue «una cuestión de práctica».
También ha subrayado que el odio que sentía, después de haber vivido el secuestro más largo perpetrado por la banda terrorista ETA, lo estaba transmitiendo a sus seres queridos y «eso les perjudicaba».
«En el momento en el que me liberé de ese peso, para mí fue volver a empezar a vivir otra vez como una persona normal o relativamente normal», ha asegurado Ortega Lara, quien ha señalado que es algo que le costó «mucho, lo que más».

Para perdonar todo aquello, «tuve consejos de mucha gente que me quería y que me decía: tienes que llegar a perdonar para que te liberes», y, desde entonces, «vivo mucho más tranquilo y sereno», ha incidido.
Patriotismo y religión cristiana
Ortega Lara, quien ha eludido pronunciarse sobre cuestiones políticas, también se ha referido a otros aspectos abordados en su conferencia, como el principio de autoridad, tanto en las instituciones donde hay que elegir a representantes que tengan ‘auctoritas moral’ y como dentro de la familia.
Maestro y licenciado en Derecho, Ortega Lara ha aludido, entre otros aspectos, al «sentido del patriotismo, a las tradiciones humanas como fuentes de conocimiento y de identidad y a la religión cristina como guía ideológica de las personas».
Ha defendido la necesidad de que «los jóvenes puedan volver a los templos, puedan tener vocaciones y se consiga alimentar un poco el sentido de trascendencia del ser humano, más allá de ese determinismo fatal que supone la muerte ideológica».